Una ruptura sentimental expone a la persona que la sufre a un dolor intensísimo, a una devastación emocional salvaje, a una desestabilización completa de su ser. Las personas que están en un proceso de duelo por ruptura suelen verbalizar frases como “no sabía que se podía sufrir tanto” o “no creo poder soportar ni un día más tanto dolor”. La persona se siente rota, perdida, confusa, asustada, desamparada, desolada, desorientada, fracturada. Siente que ha perdido el control de sus emociones, incluso que ha perdido su propia identidad. Además se avergüenza de sentir esta emociones, al fin y al cabo “es el otro el que me ha dejado, debería reponerme” o “mi vida funciona en todo lo demás, cómo puedo estar así, con las cosas terribles que le pasa a la gente, nadie de mi familia ha muerto ni estoy enferma”.
Pues bien, si algo he podido comprobar a lo largo de mis quince años de ejercicio profesional, es que las personas que padecen una ruptura (si se dan ciertos factores), sufren descarnadamente.
Al principio es la angustia que corroe, que impide conciliar el sueño y cierra el apetito (es común una pérdida masiva de peso en las primeras fases). La angustia que se ancla en el estómago y que produce desesperación. La sensación de vulnerabilidad, indefensión e incontrolabilidad.
Que la vida y el tiempo ha quedado en suspenso y que lo que sucede no es real. Junto con el deseo ardiente de que el otro regrese y que todo haya sido una pesadilla terrible.
Hay además necesidad apremiante de saber del otro (de ahí el rastreo de las redes sociales, especialmente whatsapp).
Después hay una necesidad intensa de tener planes, porque quedarse a solas aterra. Los fines de semana y las vacaciones dan pánico porque es el momento de quedarse con el propio pensamiento, con las propias emociones. Y son dolorosas, muy dolorosas. Tremendamente tormentosas. El pensamiento gira y gira en torno a la ruptura y a la ex pareja y hay una pregunta que nunca se silencia “POR QUÉ, POR QUÉ, POR QUÉ. NECESITO ENTENDER”
Después viene la tristeza, la sensación intensa de pérdida, no solamente de la pareja, sino de la vida proyectada, de las rutinas cotidianas, de los entramados vitales creados con el otro, de la biografía en común y de la confianza (¿cómo volver a confiar en alguien si quien parecía amarme me deja y lo hace de esta manera?). Y la certeza (en ese momento) de que jamás se querrá a nadie de la misma manera o que con nadie se tendrá la misma complicidad.
Luego la rabia, la sensación de no merecerse la ruptura o la forma en que la ha llevado a cabo (“cómo es posible que después de todo lo que hemos vivido, de lo que le he entregado, ni siquiera me haya dado la oportunidad de solucionarlo” “ha sido tan egoísta. No me ha dicho nada, llevaba meses masticando esta decisión y a mí no me ha dicho nada y ahora soy yo la que me quedo sola y destrozada” “cómo ha podido comunicármelo así, tan tajante, distante, conciso, hermético, sin consuelo ni
acompañamiento, cómo me trata con semejante dureza y se desentiende de mi persona y de mi bienestar, esa persona que tengo ante mí, esa persona que me trata con crueldad, no la reconozco, tan poco he significado que ni me merezco una explicación”).
Por último sobreviene el vacío existencial, la soledad, la sensación de pesimismo, de sinsentido, de indiferencia, de aplanamiento afectivo.
Y por fin la curación. En este proceso tan lacerante, puedo acompañarte. Te enseñaré a entender el caos que estás viviendo por dentro, te ayudaré a motivarte para la acción, te guiaré para reestructurar hábitos, te mostraré acciones y pensamientos que mitigarán el dolor y sobre todo, juntas haremos lo posible para que esto que has vivido se convierta en un foco de crecimiento y no en un duelo estancado que lastre tu autoestima, tu felicidad y tus futuras relaciones.
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